jueves, 9 enero, 2025
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Por qué Jorge Lanata llevó a juicio a Javier Milei

Esta nota sobre Jorge Lanata tiene que arrancar necesariamente con algo parecido a una contradicción: el que murió el lunes 30 de diciembre, luego de pasar más de seis meses internado, no era un periodista. Aunque Lanata fundó el mítico Página/12, aunque durante doce temporadas mantuvo a su programa PPT en lo más alto del rating de la televisión nacional, aunque algunas de sus notas y entrevistas fueron vistas decenas de miles de veces, el hombre no era un periodista. Era, en verdad, un fenómeno que se estudiaría en una carrera de sociología antes que en una de comunicación.

Se podría decir que era, sobre todo, un hecho social, parecido a lo que fueron Diego Maradona o Charly García: personajes que parecen estar a un metro del resto, que despiertan pasiones y que con su voz generan debates que se dan desde la carnicería del barrio hasta en los pasillos de la Casa Rosada. Incluso, Lanata lo hizo después de muerto. Es que su paso a la posteridad fue motivo de un debate nacional que incluyó el silencio de los mandatarios que marcaron y marcan una era, Cristina Kirchner y Javier Milei, y los cruces de fanáticos de ambos lados. Lanata murió con 64 años y parecería que con él murió también un costado de la profesión: el periodista, mitad detective y mitad celebrity de la TV, cuyo apellido resonaba en el país entero.

Génesis

Lanata era más que Lanata por varios motivos. Su apellido podía usarse como verbo -hacer algo transgresor, polémico, innovador- y también como mucho más. Se podría decir que, sin haber creado ninguna corriente política -no al menos una formal-, el hombre había fundado su propio “ismo”.

En el final de la década del ’80, cuando la democracia todavía estaba fresca y asomaban en el horizonte los levantamientos carapintadas, lanzó Página/12 con sólo 26 años. Y junto a él vio nacer el primer “lanatismo”. En aquel momento y durante más de dos décadas, su apellido sería sinónimo del periodismo disruptivo que fue la marca novedosa que traía aquel diario: la imagen cobró mucho más protagonismo en las tapas, que empezaron a ser menos sobrias y más descontracturadas en sus títulos, un clima de época del cual también este medio fue parte.

De hecho, en aquella década del uno a uno y la pizza con champagne, Página/12 y NOTICIAS fueron los dos grandes sabuesos que desnudaron el costado del gobierno de Carlos Menem que el grueso de los medios tradicionales solía obviar. El Swiftgate, el caso de sobornos que obligó al menemismo a cambiar medio gabinete, y el descubrimiento del atentado a una sinagoga que hizo el entonces ministro de Justicia, Rodolfo Barra, en su época de nazi juvenil, fueron algunos de los descubrimientos que marcaron esa era.

Pero las investigaciones periodísticas que hacía aquella redacción de lujo -Tomas Eloy Martínez, Juan Gelman, Osvaldo Bayer, Horacio Verbitsky, y una camada de jóvenes que luego serían maestros del oficio, como Ernesto Tenembaum, Cristián Alarcón, María O’Donnell o Reynaldo Sietecase– era sólo una cara de la moneda. La otra era Lanata, voz y corporización de aquel medio, que hizo mucho más que poner un diario en la calle: con la sutileza de una trompada en la mandíbula discutió el ethos del periodismo al avisarle a Clarín y a La Nación, los históricos diarios argentinos, que ya no estaban solos en la cuadra. De esos años quedó en el archivo para todos los tiempos su discusión con Mariano Grondona en su programa “Hora Clave”, en el que se definió como un “liberal de izquierda” y le reclamó su cobertura durante la dictadura militar.

Esa picante entrevista, en 1990, también significó mucho más que una nota: era el aviso de que Lanata había llegado para sentarse en la mesa de los grandes de este oficio.

Legado

El periodista murió 34 años después de ese cruce con Grondona. Algunas cosas no habían cambiado, como el hecho de que hasta el día en que tuvo que internarse siguió trabajando de lo suyo y estando en el centro de las noticias. Pero otras sí cambiaron. Al Lanata de Página/12 y al de los últimos años los separaban una larga serie de hechos.

El primero fue que la búsqueda de masividad, ambición que todos los que lo conocieron de cerca dicen que siempre tuvo, la encontró no en la gráfica sino en la radio y especialmente en la televisión. Primero con “Día D”, ciclo que arrancó en el canal América en 1996 y que dejó algunos de sus momentos más icónicos -siendo el primero de ellos su trenza con el rockero García y el ya imborrable “sos un pelotudo, pero uno bien, porque salís en televisión”-, y sobre todo lo que hizo desde Canal 13, con “Periodismo Para Todos”.

Ese programa, que tuvo doce temporadas, fue lo que terminó de instalar a Lanata definitivamente en el grueso de las casas argentinas. Y algo más: se convirtió en uno de los rostros, quizás en el más referenciado, de todos los que en aquel momento estaban en la vereda de enfrente del kirchnerismo. Si en los ’90 Lanata fue el norte de una generación desencantada con el menemismo, a la que Página/12 le hablaba desde sus páginas salpicadas con tintes progresistas y con un interés hasta entonces inédito en los derechos humanos y en los desaparecidos, en la segunda década de los 2000 esa brújula se transformó. Con ella también mutó el sentido y los abanderados en el “lanatismo”: desde entonces las palabras claves serían “Cristina” y “corrupción”, la causa y consecuencia, para este movimiento, de todos los males de la Argentina.

El propio Lanata tenía una explicación para ese giro, en el que pasó de criticar, investigar y competir con el Grupo Clarín a trabajar ahí. “El que no cambia con el paso de los años es un boludo”, solía repetir, con su estilo ácido y siempre con un cigarrillo en la mano. De estos años quedan en el recuerdo las investigaciones como “la ruta del dinero K”, la noche de la entrega de los Martín Fierro en el Teatro Colón en la que instauró -¿para siempre?- la palabra “grieta” para definir al presente argentino y también la participación de Mauricio Macri en el casamiento del periodista, sentado en la mesa principal.

Justicia

Lanata siguió ejerciendo el periodismo hasta el último día en que pudo. Y en los últimos tiempos fue el primero en hacer algo que hasta entonces no tenía registro: ponerle un freno al actual Presidente. En abril del año pasado Lanata anunció que le haría un juicio por calumnias a Javier Milei. El mandatario, en la red X, lo había acusado de recibir “sobres”, que es la peor acusación que se le puede hacer a un periodista: decirle que publica información según quién le paga.

Esa es una costumbre que el libertario tiene con la prensa casi a diario. Desde que asumió, parecería que su gran enemigo es el periodismo, profesión a la que no sólo agrede a diario, sino por la que ha llegado a arengar a la multitud para que la insulte. Y esa sólo es la cara visible: por lo bajo, el Gobierno comete atropellos e ilegalidades al discriminar en la pauta oficial.

Sin embargo, Lanata se diferenció del resto de sus colegas agredidos y llevó a Milei a juicio, algo que también hizo luego esta editorial. “Una cosa es que te digan mal periodista, pero otra muy distinta es que te digan ‘ensobrado’, ahí te están imputando un delito. Así como cuando nosotros imputamos delitos a los políticos tratamos de tener todas las pruebas posibles, el Presidente debería intentar algo similar», dijo Lanata cuando presentó la causa.

Censura

El periodista habló de dos temas que se suele callar cuando se habla de los ataques de Milei, algo que muchos quieren minimizar llamándolas “sus formas”. Uno es el impacto que tiene una avanzada presidencial no sólo sobre el blanco de turno. “Busca generar autocensura en otros colegas. Imaginate si esto me lo dice a mí, ¿qué puede pensar un pasante que está en un diario? Se calla para no tener lío”, dijo. Y por otro lado apuntó a cómo la palabra de un mandatario condiciona y transforma la realidad más allá de los límites de lo inmediato, algo que hizo luego de un cruce que tuvo al aire con Patricia Bullrich. “Lo de que Milei ‘es así’ y que así hay que aceptarlo es una lógica que es válida sólo para un niño de cuatro o cinco años. No funciona así para un Presidente”.

Toda su biografía explica lo que sucedió luego de su muerte. Es que ahí pasó algo que a priori habla bien de un periodista de investigación: de ambos lados de la grieta le llegaron críticas. Y también silencios. Cristina Kirchner y Javier Milei evitaron pronunciarse sobre la muerte de Lanata. En el caso del segundo fue quizás más llamativo: algunas amistades que tenía el periodista son o bien parte del Gobierno, como Patricia Bullrich, o lo han ayudado, como el ex presidente Mauricio Macri.

Incluso sucedió un hecho insólito, cuando el conductor Ángel de Brito contactó al Presidente para saber su opinión. Pero la que le contestó fue la pareja, Yuyito González, que le dijo que Milei sólo hablaba sobre “temas de gestión”. Para rebatir el argumento, horas después de esta respuesta el libertario estaba subiendo a sus redes un video de un hombre que intenta disparar un petardo atado a su cintura y termina lastimando sus partes sensibles
Santiago Caputo, el asesor estrella del Presidente, lo llevó a otro nivel. En una cuenta de la red social X que se le adjudica, hecho que él nunca negó, subió: “Lanata nos legó toda una generación de periodistas pelotudos que creen que ser zurdos es ser inteligentes. No alcanzaron sus últimos años de antikirchnerista para reparar ese daño, que Dios se apiade de su alma”, dijo en un posteo, un rato antes de subir otro en el que contaba que aquel lunes había disparado “mil” tiros en una práctica. En este clima de crispación murió el último periodista masivo. Atrapado en la palabra que él mismo creó.

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