“Sí, vino como todo político, pero no hacen anuncios concretos. ¿Qué va a pasar con la gente que perdió todo? Necesitamos ayuda de verdad, que escuche las preocupaciones reales de los que vivimos acá. Estaba rodeado de militares, eso no es venir a escucharnos”, señalaba ayer un vecino de Bahía Blanca llamado Adrián ante la fugaz visita del presidente Javier Milei a su ciudad, devastada hace unos días por una inundación histórica.
Podrá ser un resumen de lo que dejó el paso del Presidente por la ciudad del sur bonaerense que sufrió una inundación de tal magnitud que prácticamente debe recomponer su vida social, su economía, su infraestructura casi desde cero. Fueron dos horas donde Milei estuvo incómodo. Algunos periodistas bahienses dicen que lo vieron irritable y con ganas de irse lo antes posible, y que incluso se fue antes de lo previsto, sin hacer anuncios ni atender a la prensa en el lugar donde era reclamado desde hace días por la gravedad de la situación.
El Presidente no es un prototipo del político populista que conocemos los argentinos, no le gusta el contacto con la gente, escuchar sus reclamos, mostrarse como un par del hombre común. Todos los que lo conocen saben que en su fuero íntimo cree que no está para eso. “Su narcisismo lo puede”, dicen. Son los que afirman que esta vez solo “viajó para la foto”. Su lugar en el mundo son las conferencias en foros amigos, autoproclamarse “el segundo líder mundial después de Donald Trump”, ser un merecido candidato al “Premio Nobel de Economía” porque fue un hombre con agallas capaz de llevar adelante “el ajuste más grande de la historia”, aunque éste incluya la educación y la salud pública, las jubilaciones y tantas áreas sensibles, que estaban cargadas de burocracia- eso es insoslayable- pero que en lugar de mejorarlas las recortó drásticamente.
¿Por qué Bahía Blanca puso a Milei de cara al futuro?, porque la inundación refuta al menos tres dogmas que caracterizan sus ideas y su gestión: a) La negación fanática del cambio climático. b) Poder gestionar con éxito sin realizar obra pública. c) Creer que él no es parte del problema, por eso no está obligado a dar soluciones.
El primero: Milei no cree en el cambio climático, cree que es una de las banderas mentirosas de la cultura woke a la que hay que combatir y desterrar de la humanidad. Lo dice abiertamente, por más que el mundo muestre empíricamente que vamos camino a desastre naturales provocados por el llamado “cambio climático”, una alteración del clima y las temperaturas de la Tierra que afecta y afectará aún más a los ecosistemas provocado directa o indirectamente por la actividad del hombre. Milei se ríe de esto, y deja decir a sus funcionarios que “lo que queremos son chimeneas tirando humo, contaminando, pero generando producción y trabajo”. Cualquier funcionario en un gobierno de primer mundo, en Europa, tendría que vaciar su escritorio si se animara a afirmar algo así. Las precipitaciones que se están dando en algunos puntos del país, como la sucedida el viernes pasado en Bahía Blanca y que generan inundaciones, los incendios forestales, la contaminación de afluentes de agua, la destrucción de ecosistemas tan bien señalados por distintos especialistas son consecuencia de ese cambio climático. Milei, en sus dos horas de recorrido corto por una ciudad arruinada, pudo ver las consecuencias nocivas y destructivas de algo que sus ideas niegan hasta el punto de llegar a combatirlo.
El segundo: ¿podrá Bahía Blanca reponerse rápidamente con recursos propios? Seguramente no, deberá contar con fondos y obras financiadas por Nación y la provincia de Buenos Aires, gobierno al que le cabe la misma responsabilidad. Milei se jacta de no realizar obra pública, ni siquiera de culminar la que estaba en marcha de gobiernos anteriores, ni siquiera presta atención a los reclamos de sus mismos funcionarios que temen trasladarle los mismos pedidos que ellos recibieron en sus viajes al interior. No existe país en el mundo donde el estado central, el mayor recaudador de impuestos, se desentienda de su responsabilidad en cuanto a la obra pública. Muchas se financian con préstamos internacionales, tomando deuda, otras con recursos propios, pero se realizan, mucho más aquellas que tienen que ver con la calidad de vida de las personas afectadas por desastres naturales, ya sea en su reparación o en su prevención. A manera de ejemplo, Chile destinó casi 14 mil millones de dólares para asistir a los damnificados del terremoto de 2011, además, invirtió 914 millones de dólares para un programa de prevención y anticipación sismológica. Seguramente la fuerza de la naturaleza quizás haga insuficiente esto, pero los gobiernos de derecha e izquierda coindicen en algo: no negar lo evidente. El gobierno de Javier Milei anunció que “de manera récord”- ¿existe otra manera para realizar una transferencia de dinero?- envió 10.000 millones de pesos a Bahía Blanca, justo la misma semana que nos enteramos que YPF gastó en publicidad oficial $97.000 millones y que la SIDE se gastó $80.000 millones de gastos reservados asignados a través de un DNU que el Congreso anuló, por primera vez en la historia. Las prioridades están a la vista. Recapacitó, y a última hora de ayer la Oficina de Prensa de Presidencia informó la creación de un “fondo especial de 200 mil millones de pesos con destino a Bahía Blanca”.
El tercero: la Argentina es un país federal, necesita de un estado nacional presente que pueda equiparar las distintas posibilidades de crecimiento y desarrollo que tienen las provincias. Sabemos que la corrupción kirchnerista, que tiene a la expresidenta Cristina Kirchner, al exvicepresidente, Amado Boudou, a decenas de exministros, funcionarios y empresarios procesados y condenados por ilícitos en el manejo de fondos públicos, ha generado el hartazgo de la sociedad y provocado que dictaminara un “no va más” a ese tipo de prácticas. Milei se amparó en ese enojo y ese cansancio y le sirvió para ganar. Un outsider que no era parte de la historia reciente no es parte del problema, eso entendió la gente a la hora de votar. Pero al parecer eso entendió el mismo Presidente, que decididamente se dedicó a administrar la herencia cortando de cuajo todo el gasto público oneroso, pero también el necesario. Esto le vino bien para poder ejecutar sus ideas con apoyo social: recortar el presupuesto en la educación pública y gratuita lo esgrime con tanto orgullo como se ve en la foto que promueve una beca en la Eseade -qué pensarán otras universidades qué compiten en el mundo de la formación académica privada que no cuentan para su publicidad con la imagen del Presidente- . Además, Milei se desentiende de todo lo importante relacionado con la salud pública, excepto los recortes, cuando el país está atravesando una crisis profunda y mucha gente abandona la cobertura médica privada porque no la puede pagar, o porque éstas bajaron su calidad en la prestación y recurre al sistema público. Y esto ocurre en un momento que, producto del desgaste y trauma de la pandemia según muchos expertos, una parte de la sociedad abandona las vacunas y reaparecen enfermedades erradicadas, como el sarampión, y no hay una campaña de concientización de un Ministerio de Salud aún existente.
Esta es solo una síntesis de la responsabilidad que le cabe al gobierno nacional en muchas áreas y que hoy intencionalmente elude. La tragedia de Bahía Blanca las expuso, el Presidente las vivenció durante su rápida visita con más aroma a compromiso político que de gestión. Un presidente que no cree y no se compromete con algo más que el orden de la macroeconomía -necesario, sin duda- no puede olvidar que detrás de sus decisiones hay gente que precisa de su atención, como ahora en Bahía Blanca. Familias, mayores y nuevos pobres, todos necesitados por la desdicha de un desastre natural y por tantos años de pésimas políticas, pensadas más para cautivar un voto que para mejorarle la calidad de vida a los argentinos.
Milei tiene la oportunidad -como todo presidente con poco más de un año de gestión, está a tiempo- de demostrar de puede ser algo más que un Unicornio de la política que muestra que se aferra a sus convicciones. Esto solo alcanza para revelar como sus nuevas ideas pueden ser aún más peligrosas y negligentes que las viejas fracasadas que vino a reemplazar.
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