domingo, 27 julio, 2025
InicioEspectáculosCarlos Di Fulvio, el referente de la guitarra criolla folclórica que quedó...

Carlos Di Fulvio, el referente de la guitarra criolla folclórica que quedó relegado por la censura y la fama de mufa que le hicieron

Es el último referente de una escuela y de una época de la guitarra criolla folclórica que viene desde muy lejos. Elegante en sus arpegios, diestro y emocional en los punteos, fino y sutil para el rasgueo, gran manejador de los silencios y con una pureza en las notas pocas veces escuchada, Carlos Di Fulvio lleva más de setenta años de una trayectoria impecable como guitarrista. Pero además es cantor y un prolífico compositor. Y a sus 86 jóvenes años maneja el mismo pulso (y el mismo impulso) que lo puso en el mapa de los grandes allá en su Córdoba natal.

A punto de dar un recital en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires (el 7 de agosto próximo en la peña El Palacio del Folklore, Avda. Corrientes 1612) Carlos Di Fulvio ensaya como si recién comenzara en el rubro. Con la misma pasión y entrega. Y habla sobre una carrera musical que cubre más de siete décadas. Ocupando un lugar en el mismo podio que otros insoslayables maestros como Eduardo Falú y Atahualpa Yupanqui, Di Fulvio, sin embargo, no tuvo tal vez la misma suerte de aquellos.

Durante mucho tiempo fue censurado de una forma mucho más insidiosa y grotesca que muchos de sus colegas. En 1968 publicó el Canto Monumento a la Memoria del General Paz, militar cordobés unitario que participó en varias batallas por la independencia (Vilcapugio y Ayohuma entre otras) y que en el gobierno de Onganía no era visto con buenos ojos.

Para colmo, en esa obra Di Fulvio estaba acompañado por un excelente grupo vocal llamado Los Montoneros. Eso le valió el malestar de algunos grupos politizados, que echaron a correr la especie de que Di Fulvio atraía la mala suerte. Y el cartel de “mufa” en este país significa poco menos que la crucifixión para un artista.

Pero él no se amedrentó. Siguió un camino (hecho de muy buena suerte y duro trabajo) que lleva hasta hoy más de 40 obras realizadas. Varias de sus grandes composiciones, como Guitarrero, Campo afuera o La Tulumbana fueron grabadas por una legión de grandes artistas, desde Alfredo Zitarrosa, Horacio Guarany y Jorge Cafrune hasta Abel Pintos. Verdadero historiador del folclore, los personajes y las costumbres de nuestro país, Di Fulvio exhibe aún hoy un espíritu curioso y una mente joven y muy amplia.

Bach y el consejo de Yupanqui

De joven, Carlos Di Fulvio escuchó un consejo de Atahualpa Yupanqui que lo llevó a componer sus propias obras. Foto: Pedro Lázaro Fernández

«A mí siempre me gustó toda la música. Yo tengo pasión por la música argentina, claro –cuenta Di Fulvio-. Pero a veces escucho más Bach que folclore. Esa música clásica, que ha sido para nosotros un atractivo. Si usted es guitarrista no puede no escuchar a Bach…

-En el podio de los grandes guitarristas del país, junto a Yupanqui y Eduardo Falú figura usted ¿qué opina de eso?

-No sé. Hay como un decálogo que lo señala de esa forma, creo que porque somos lo que hemos aportado algunas cosas. Yo empecé tocando canciones de ellos, pero poderme despegar de Yupanqui no fue fácil

-¿Y cómo lo logró?, porque usted tiene un estilo muy suyo

-Atahualpa era un hombre esquivo, muy bravo, daba miedo estar al lado suyo, o hablarle o incluso saludarlo. A mis diecisiete años él me dio un gran consejo. Mi manager era amigo suyo, y nos presentó. Atahualpa ya había escuchado algo mío. Nos encontramos en Radio El Mundo. Me mira y me dice: “Oiga paisanito, “¿quiere que le dé un consejo?. Al que con ajeno se viste en la calle lo desvisten”.

-O sea, no se sabía si era un halago o una amenaza.

-¡Claro!. Yo entonces tocaba todo lo de él o lo de Falú. Me ruborizaba tocar cosas mías. Pero cuando me dijo eso pensé: “Viejo atorrante, no voy a tocar más sus piezas”. Y dejé de tocar Yupanqui. Eso hizo que yo me probara como Di Fulvio.

-Pero llegaron a tocar juntos.

-Sí. Era un viejo sabio, después nos hicimos grandes amigos. Con él y su mujer, Nenette

Carlos Di Fulvio tocaba y se acompañaba con un grupo vocal que se llamaba «Los montoneros». Eso, al gobierno del general Onganía no le gustó. Foto: Pedro Lázaro Fernández

-Y usted también fue amigo de otro gran guitarrista, Oscar Alemán.

-Uh, sí, éramos muy amigos. Oscar tocaba en El Lazo, un lugar que era de Teresita Buchino, en los años ’50. Era un subsuelo, en La Cosechera, una confitería o peña famosa. Se juntaba gente de distintos palos, jueces, artistas, políticos, era una cita para gente mayor. Y ahí la música que se hacía era de Perú, México, Brasil y la Argentina. Después Alemán se fue a tocar a Europa pero cuando volvió tocamos mucho tiempo juntos en Mar del Plata.

Sin saber cómo escribir sus propias canciones

Cordobés nacido en Carrilobo, sur de Córdoba, en 1939, dueño de un decir sereno, manejador de pausas y silencios, Carlos Di Fulvio nunca deja de sonreír mientras recuerda y habla. Toma café con sorbos lentos, espaciados, Y piensa las respuestas.

-Quien sólo escuchase sus discos sin conocerlo no podría creer que usted jamás estudió música. ¿Nunca se perfeccionó?

-Nunca tuve profesores, tuve sí consejeros. Yo viajaba mucho, tenia poco tiempo de ocio y para dedicarle al estudio. Ni siquiera sabía escribir mis propias canciones.

-Difícil de entender, eso.

-Tal vez fue el hecho de escuchar tanta música. Yo antes de ser guitarrista era bailarín, zapateaba. Y tener noción de la danza es una gran ventaja para el músico, porque lo rítmico ya está solucionado. El vuelo de la melodía después ya es otra cosa. Yo sin saber música he escrito El camino del Quijote (otra de sus obras monumentales, grabada en 1972).

-¿Qué recuerda de su infancia, don Carlos?

-Soy nacido en la Pampa Gringa, que era una zona de italianos. De chico yo era muy amigo de mi abuelo, un italiano serio, grave. Él había nacido en Chieti (región del Abruzzo, en Italia). Yo era chiquito y andaba del dedo de mi abuelo por todos lados. Él me enseñó todo lo del campo, los rastros de las vacas, le hablo de recuerdos de mis cuatro años. Veía a mis tíos que para las fiestas vestían botas y bombacha, y los italianos se juntaban en el pueblo. Cuando iban a hacer las provistas para toda la semana, terminaban en el boliche.

Carlos Di Fulvio es un referente de la guitarra en la música folclórica argentina. Foto: Pedro Lázaro Fernández

-Me imagino que eran de cantar…

-Se tomaban sus vinos y cantaban, y ahí se juntaban Quel Mazolin di Fiore (una canción popular típica del norte de Italia) con La Pulpera de Santa Lucía. Mi abuela cantaba y le decían «La Calandria», por la voz que tenía. Ella jugaba con las muñecas de trapo, ya en lo ultimo de su vida, con la arterioesclerosis encima. Y yo le compuse una chacarera, que se llama Abuelas del campo mío. En un momento dice “dónde andará La Palma con sus muñecas de trapo…”. (Carlos hace un silencio prolongado, mientras los recuerdos le revolotean).

Un certificado de mala conducta con seis cuerdas

-¿Y cómo llega la guitarra a su vida?

-De chico la guitarra no estaba bien vista, era un certificado de mala conducta. Había cobrado fama de farra, de fiesta, de vino. Y no estaban tan equivocados. Pero aún no había logrado el plano que después consigue con (el guitarrista español) Andrés Segovia. No fue fácil esa época, los callitos en los dedos no eran bien vistos. Mi primera guitarra me la regaló un tío mío y era tal mi emoción… Yo tocaba cualquier cosa, no sabía nada de nada. Estuve todo el día con la guitarra, pero quedó afuera de la casa y esa noche llovió.

-¡No!

-Y bueno, mala suerte. Pero después cuando tuve once años vinieron Los Reyes Magos y me trajeron otra guitarra. En esa aprendí yo. Me sabía un tono solo, que era Do. Y todo lo tocaba en Do, ni siquiera sabía el dominante. Cuando venia otro tono tocaba más despacito para que no me escuchen y no se den cuenta que no sabía otro acorde. Y antes de eso me acuerdo que escuchaba a (el eximio guitarrista pampeano) Abel Fleury por la radio y agarraba una escoba y tarareaba lo que él hacía. Yo hablaba con voz de locutor y decía “y ahora Carlos va a interpretar tal pieza”.

-Usted también mantuvo una linda relación con Eduardo Falú.

-Éramos muy amigos, pero no llegamos a tocar juntos. Con Atahualpa si, pero con Eduardo no. Es más, antes que Atahualpa yo conocí a Falú. Yupanqui andaba prohibido en esa época. Sus grabaciones aún no se habían dado a conocer tanto. Era tan impactante el manejo de la guitarra de Falú… Era el sonido de Falú, único, no de la guitarra sino de él. ¡Ese toque!. Hemos sido alumnos de esa gente sin que ellos lo supieran.

-¿Qué opina del folclore moderno?

El folclore es uno solo y cada uno debe sentirlo a su modo. Se quiere masificar todo, pero no es así. Somos muy distintos todos. Hay quienes dicen “todos somos iguales”, ¡macanas!. Todos tenemos ojos, pero unos ven y otros miran. El folclore es una sola cosa. Es un sentimiento, no es una moda. Esta expuesto a lo que cada uno siente por la tierra, por el país, por lo que ha vivido y por lo que sueña. Todos esos sentimientos hacen que cada uno se exprese de determinada manera.

Un hombre de bajo perfil

Tres Premios Martín Fierro (en 1959, 1960 y 1961), Un Premio Santa Clara de Asís (1995), una distinción especial de la Universidad de Nelgen Rhooden, Holanda (1997), el Gran Premio SADAIC en 1999, Personalidad Destacada de la Cultura (Consejo Deliberante, 2007), Premio a la Trayectoria Artística del Fondo Nacional de Las Artes (20112), Mención de Honor Senador Domingo Faustino Sarmiento (2012), Académico de Honor por la Academia Nacional del Folklore en 2015 y uno de los Diez Personajes del Siglo junto a Leopoldo Lugones. No son premios lo que le estarían faltando a este verdadero monstruo de nuestro acervo cultural. Pero así y todo…

La próxima actuación de Carlos Di Fulvio en Capital será en una peña. «Hay que tener esos recintos. Parece que si no van 20.000 personas no vale», dice. Foto: Pedro Lázaro Fernández

-Usted siempre mostró un perfil muy bajo. ¿Por qué?

-Sí, y lo sigo manteniendo. Se da, debe ser la personalidad de cada uno. Me molesta la gente figureti y de ahí debe ser que me retrotraigo.

-También ha sufrido la censura, en su momento.

-Bueno, todo aquel que piensa distinto y no tiene afiliación de ninguna clase, se transforma en una incógnita, y dado como se manejan las cosas, uno pasa a ser un peligro. No saben dónde ubicarlo. Yo he tenido como norma que el arte sirva para enaltecer el espíritu, no para achatarlo. Y para decir algo hay que conocerlo muy bien antes de ponerlo en boca. Yo escuchaba alguna canción que comenzaba con un canto de protesta, pero me daba cuenta que era un panfleto, no una protesta.

-¿Cómo es eso?

-Claro, porque el derecho no pasa por la pretensión, sino por el análisis real de lo que esta bien o mal. Muchos en sus canciones hablaban de los mineros y no sabían ni lo que era un socavón, no lo habían visto nunca. Y eso era una mentira.

-Para hablar primero hay que informarse, dice usted.

-Seguro. Mire, el vocabulario paisano es muy rico. Y el sentido de la conversación del hombre de las soledades es profundo, porque toma como medida lo siguiente; si lo que voy a decir no es importante, mejor no rompo el silencio.

A Carlos Di Fulvio no le gusta el rock, pero sí tuvo amigos rockeros «como Sandro». Foto: Pedro Lázaro Fernández

-¿Qué opina del rock? ¿Le gusta?

-No, realmente no. No me gusta. Eso sí, he sido amigo de algunos rockeros.

-¿De quiénes?

-De Sandro, por ejemplo.

-Don Carlos, ¿usted sigue estudiando?

-Bueno desde que tengo mi tendinitis me limitó un poco (se refriega las manos) pero sí.

-¿Cuántas guitarras tiene?

– No sé, hace rato se me fue la pasión de juntar guitarras. He tenido guitarras importantes, de grandes luthiers y de colección. Pero no me servían para tocar, y yo coleccionista no soy. Tampoco soy adinerado como para tener esas cosas. Si tengo algo es para tocarlo, no para decir que lo tengo. Fui con esta guitarra que ve ahí a tocar a Holanda y cuando termino el recital me dice el dueño “¿por qué toca con esa guitarra?”.

Carlos Di Fulvio se siente en paz con el reconocimiento que ha tenido en vida. Foto: Pedro Lázaro Fernández

“Mire es la que suena más criollita para mí” le digo. Pero usted debería tener otro instrumento -me dijo-. Y me citó para el día siguiente, vino un camión de caudales y empezaron a bajar instrumentos. Probé guitarras francesas, italianas, alemanas hasta que llega una Antonio Camacho, y me doy cuenta de que esa era la guitarra. Pero la tengo ahí, no la uso. Son muy sonoras y es complicado, porque una nota suena a una cuadra.

-Vuelve a tocar en el Centro después de algunos años.

-Sí, y en una peña. Que haya un espacio para la gente mayor, para ir a escuchar, eso es lindo. Hacen falta recintos como los de antes, desapareció todo eso. Ahora si no hay veinte mil personas no sirve. Y no tiene nada que ver. Una peña es algo hermoso.

-¿Le molesta que le sigan pidiendo «Guitarrero» o «Campo afuera»?

-No, hay cosas que ya son parte de una antología. Si uno no las canta a la gente le molesta, dicen “eh, pero no cantó esa”. Como hay otros que dicen “canta siempre lo mismo”. Jajaja.

-Dígame la verdad… ¿Usted piensa que este país ha sido justo con su arte?

– Yo he recibido mucho reconocimiento, no tengo de qué quejarme. Creo que el país es justo. Lo que no son justos, mire, son algunos hombres.

Más Noticias